domingo, 24 de enero de 2021

Lecturas: Sueño de una Tormenta de Verano

 

Mi primer amor, antes que una mujer, antes que un ídolo, antes que yo mismo, fue la Lluvia.


Sueño de una Tormenta de Verano


Correr.
Correr por el pasto con los pies descalzos. Sentir el viento golpear en mi rostro y mi pecho, que mi pelo haga ondas y se le queden enredadas hojas, que caen de los árboles entre los cuales sigo corriendo. La calma, esa tranquilidad muda que, en silencio, anuncia la tempestad que se acerca. El viento cada vez corre más rápido que yo y me va llevando hacia el inminente acantilado. Se siente el frente de frío colisionando contra el aire cálido, choque de fuerzas que me llenan de presión el corazón y regocíjome en la expectativa que tan profundamente siento ante el nacimiento de una nueva tormenta eléctrica. Las nubes grises llenan todo de oscuridad y las pequeñas gotas frías empiezan a colapsar contra mi caliente y sudada piel. Evapórese la gota fría que fallece al tocar el suelo seco, hirvió el Sol con anterioridad, y con fuerza elevó la temperatura de la tierra hasta rajarla y resquebrajarla en cientos de pedazos. Las hojas marchitas ansían humedecerse con las porciones líquidas del cielo, que impactan a gran velocidad todo elemento o individuo que se les interponga, cual lanzas que refrescan mi infierno, como proyectiles de satisfacción, saetas de placer térmico. Se ve todo negro, tan negro que nada se puede distinguir, es el abismo total. El agradable bombardeo se intensifica y llega la luz. Un resplandor agresivo, abrupto, que ilumina todo de golpe y, tan fugaz como viene, tan fugaz se va. Vuelve a reinar la infinita sombra y es entonces cuando se espera que haga acto de su imponente presencia el compañero tardío del relámpago. En ese momento se oye el primer estruendo, el grave y potente sonido llena el espacio de inmediato y se hace respetar tanto como temer. La tierra bajo mis pies tiembla al mismo tiempo que la densa oscuridad reina todo alrededor. Se distingue ya ese olor característico de la tierra mojada, del agua de lluvia, del exceso de ozono en la atmósfera. Los resplandores y los estruendos se repiten constantemente y las gotas engordan, se refuerzan, tan frías que casi duele, a la vez que me refrescan el espíritu animal. Todos mis sentidos, los más tangibles y los más abstractos desenvainan sus paneles sensoriales, para captar hasta el más mínimo detalle de cada instante que la Naturaleza me permite ser partícipe de tan simple, como maravilloso acontecimiento. Y si la palabra milagro no se refiere a esos pequeños grandes momentos que podrás repetir millones de veces a lo largo de tu vida, pero que al mismo tiempo cada una de esas veces nos parece un momento único e irrepetible, entonces los milagros no existen, porque la Naturaleza es tan fantástica e increíble tal cual es en realidad, con sus cientos de defectos que la hacen tan única y perfecta para un ser tan insignificante como lo soy yo, como lo es quien está leyendo y como lo es cualquier persona, bestia, alimaña, bicho, árbol, planta, yuyo, seta, microbio o virus de este espectacular Cosmos, como lo imponente que es cada mundo, estrella, galaxia o nebulosa del amplio y vasto Universo. En cada gota de lluvia habitan millones de vidas, de historias particulares que contar y que nosotros jamás podremos escuchar ni conocer, porque todo es tan efímero, todo eso es tan fugaz, una pequeña fracción de un casi infinito segundo. Que el tiempo es tan relativo dependiendo de qué se tome como referencia y que los tamaños y las supuestas importancias de esas singularidades son más relativas aún, cada punto de vista, cada egoísmo... cada escalafón dentro de las jerarquías, son todos burdos intentos de establecer un orden a todo este Caos tan hermoso, tan emotivo, tan impresionante... Cada aspecto de nuestra realidad es tan majestuoso, por más común y cotidiano que sea, que el agua dulce de la lluvia se contamina lentamente con agua salada de mis lágrimas de emoción, que emanan a borbotones desde mis ojos, se mezclan y cae todo entrelazado al suelo, la fuerza de la Gravedad me lo arrebata y lo devuelve a sus orígenes, cerrando así el círculo del todo.
Y no necesito volar para sentir al viento levantándome y llevándome por cada rincón del bosque a gran velocidad, la lluvia me envuelve en su suave abrazo y no me deja ir. La Naturaleza me atrapa y me recuerda constantemente que soy parte de ella, que todos los seres lo somos. Por más que queramos evitarlo, por más que queramos disfrazarlo u olvidarlo, todos somos parte del todo, del Cosmos.
La lluvia nunca se detiene, me recuesto en la tierra mojada, cálida y suave, y siento cómo cada gota que revienta contra mi cara muere, dejando atrás una eternidad de inimaginables acontecimientos históricos y me pregunto si nuestro Universo también es una gota de lluvia que cae a gran velocidad para destruirse al estrellarse contra el rostro de algún joven como yo, que se escapó de la monotonía de la rutina humana y de la ignorancia consentida, de ignorar lo que tenemos al rededor, para prestarle un poquito de atención a un evento que existe desde hace miles de millones de años antes de que existiese el primer humano y seguirá ocurriendo miles de millones de años después de que el último humano perezca y desaparezca la especie de la existencia.
Sueño de una tormenta de verano, la lluvia y yo somos la misma cosa, fusionados en un breve instante de la eternidad, en un eterno fluir de la brevedad. El tiempo se detiene para siempre al mismo tiempo que sigue corriendo sin cesar. Siento caer afuera las chispas de llovizna que golpean sobre algún techito, un resplandeciente relámpago ilumina toda la habitación, sé que se viene el potente estruendo... No me quiero despertar.

The Great Piccolo
Septiembre de 2014



No hay comentarios:

Publicar un comentario